Los rotarios siempre hemos creído en la bondad de la naturaleza humana y en la gratitud debida a todos los que han realizado acciones concretas para construir un mundo mejor, ya que estamos convencidos que el bien no se dice, el bien se hace.
Paul Harris fue hombre de una idea. Pero de una idea genial. Y su grandeza como hombre no es otra cosa que la perseverancia en esa idea.
Fue una persona sencilla, de sentimientos comunitarios, que tuvo una visión de la humanidad casi providencial. Concibió una institución que hoy, 122 años después, mantiene inalterable su vigencia preparándose con optimismo para abordar los desafíos del siglo XXI.
Me permito suponer que él, como otros visionarios anónimos, fue un hombre tocado por el destino para enfrentar los embates del egoísmo y la insaciable concupiscencia de algunos seres humanos. Aún hoy podemos preguntarnos, ¿En la historia, cuántas personas han levantado consignas como la suya “Dar de sí antes de pensar en sí”? Ciertamente muy pocos.
Sin embargo, su alma esperanzada estaba en lo cierto, porque estos generosos idealistas no han podido ser sobrepasados ni arrastrados por el materialismo utilitarista ni el escepticismo ciego.
Mirando con atención a la historia de la humanidad, veremos que el bien y la justicia han prevalecido. No hay muro de mezquindad y odio, que no haya cedido ante la fuerza infinita del amor y la dignidad humana.
Si por un acto mágico de la vida, tuviéramos el placer de verlo entre nosotros, estoy seguro que nos diría: «El otro eres tú, sirve al otro como a ti mismo».
Sin desconocer las diferencias entre las personas, nos convocó a la unidad. A la unidad en un destino común y universal: la paz.
La paz que nos permite vivir una vida mejor. La paz que no se compra con el oro ni se impone con el hierro; se cultiva en uno mismo como el mejor fruto del corazón.
Esa paz que alcanzamos cuando somos capaces de armonizar la diversidad, de respetar el derecho a ser uno mismo, sin dejar de sentir la responsabilidad ineludible de construir el futuro de la humanidad, pero desde lo cotidiano.
A partir de lo cotidiano, descubrimos la fuerza de esa idea genial de Paul Harris cuando servimos a la comunidad desde los 28.000 clubes rotarios, sembrados en 189 países y regiones geográficas. Cuando día a día, se extienden las manos solidarias de 1.200.000 rotarios y rotarias preocupados por estimular el ideal de servicio.
Día a día, es fecunda la tarea desinteresada que millares de ruedas femeninas y voluntarios de Rotary realizan sin descanso.
Con agrupaciones juveniles como Interact y Rotaract en donde hoy, más de 300.000 jóvenes líderes, alcanzan logros valiosos y crecen en formación y acción. Con 10.000 estudiantes de escuelas secundarias que todos los años viajan por el mundo preparándose mejor para enfrentar un mañana cada vez más exigente. Con becas anuales y multianuales, con programas de fomento vecinal, de prevención de la drogadicción, con subvenciones compartidas, con proyectos en gran escala para la nutrición, la salud y el desarrollo humano y tantas otras iniciativas que se suman a los resultados obtenidos por el Programa Polio Plus, a través del cual La Fundación Rotaria se propuso erradicar definitivamente de la faz de la tierra el flagelo de la poliomielitis, donando vacunas y organizando planes de inmunización para 538 millones de niños en el mundo.
Estos son solo algunos efectos de esa simiente que nos legó Paul Harris. Esa es la semilla de la que hablaba con respeto y reverencia la Madre Teresa de Calcula, cuando refiriéndose al accionar rotario expresó: “Para muchos, vuestra labor es sólo una gota en el océano. Pero se olvidan que sin ustedes nunca podría llenarse un océano. Esa gota la constituyen ustedes, sus clubes y toda la labor de servicios que realizan. Y ha sido también de esta manera, gota a gota, como esa vacuna administrada por los rotarios nos ha llevado tan lejos en nuestra batalla contra la polio. Una gota menos, hubiera cobrado algo tan precioso como es la vida de un niño”.
Haciendo una lectura de la realidad, nos diría Paul Harris que las nuevas generaciones tienen que ocupar nuestra particular esperanza. Porque los jóvenes de una Nación, son los depositarios del futuro y el futuro no es mañana, es hoy. Cada ocasión desaprovechada en la juventud, es una probabilidad de frustración futura que tenemos que evitar.
No les digamos a los jóvenes lo que deben hacer, empecemos a hacerlo junto con ellos. Brindemos de esta manera nuestro homenaje a Paul Harris. Porque la juventud debe ser estimulada, pero sin ejemplos no hay estímulos.
Si al regreso a nuestros hogares lo hacemos con la firme convicción de que allí, en cada uno de nosotros, nace silenciosa la gran paz universal que nos hemos propuesto en construir día a día, habremos interpretado a Paul Harris.
Habremos puesto en marcha una vez más su sueño, el sueño de un hombre que entró en la vida de carne y salió de bronce.